Mi primer trabajo fue de pastelera en Reus. Ayudaba a mi tío todos los fines de semana en su pastelería y ganaba unas pesetas para darme algún capricho, tomarme una Coca-cola o poner saldo en mi Alcatel. Después, cambié los pasteles y merengues por los pupitres de la universidad y trabajos de verano. Me diplomé en turismo y, más tarde, en Protocolo y Relaciones Institucionales y empecé a dedicarme a la organización de eventos. Durante varios años, organicé congresos, conciertos, desfiles de moda y cenas de jubilación. Eventos que en muchas ocasiones se clausuraban con un buen pastel de postre. Pasados varios soplidos de velas, me mudé a Barcelona. Quería contar historias y dejar de organizar eventos para organizar palabras. Estudié un postgrado de diseño gráfico, creatividad publicitaria y escritura en el Ateneu Barcelonès y así fue como empecé a trabajar como redactora creativa.
Durante este tiempo me he dado cuenta que no hay mucha diferencia entre hacer un pastel o contar una historia. Los dos deben llevar la guinda al final.
«Cuando entiendes el funcionamiento de cada ingrediente, es cuando puedes crear».
Mi tío –Maestro pastelero–